Al-Andalus, el día del agua en Hispania

Cuando los musulmanes llegaron a Hispania, se encontraron con un panorama alimentario poco apetitoso. La alimentación era escasa y poco variada, la tierra era pobre de recursos, y sus cultivos se basaban casi exclusivamente en el consumo de cereales y viñedos, una agricultura heredada de los romanos y conservada, prácticamente sin variación, por los visigodos. En el resto de Europa, ocurría lo mismo, donde el cultivo de frutas y hortalizas era prácticamente inexistente. Al llegar a la Península Ibérica, los árabes eran conocedores de las técnicas orientales y las del antiguo Egipto, reaprovecharon las infraestructuras del regadío romano, ya deteriorada, ampliando e intensificando su utilización. Perfeccionaron inmensamente las técnicas hidráulicas de riego, por medio de la captación, prospección, elevación, almacenamiento, distribución y uso, consiguiendo un excepcional aprovechamiento del agua, y generando una revolución agrícola muy importante en el siglo XI.

Los dos sistemas de regadío tradicionales, todavía vigentes en la actualidad, provienen de la época musulmana, además de  las canalizaciones del agua o acequias, por las que corría el agua de los ríos o de los manantiales, sirviéndose de los desniveles del suelo. A través de la construcción de azudes, alquezares, cortes, aceñas, canales, norias, acequias, albercas y aljibes se hizo posible la captación, almacenamiento, canalización y posterior distribución de agua para el riego.

Viaje de Amaniel

Quizás lo mas conocido y relevante son las famosas canalizaciones de agua “el qanat”, canal, capaces de llevar agua del subsuelo de las zonas montañosas a los pueblos y ciudades. Consiste, básicamente, en unas galerías subterráneas perforadas, aplicando técnicas de origen oriental, por las que se conducen el agua desde un pozo madre que la capta desde las capas freáticas y que está provista de unos respiraderos o pozos de ventilación cada cierta distancia. Este sistema de riego por canales, mayores y menores, ya se utilizaba en la antigua Babilonia (siglo VII a.C.) para regar los jardines colgantes. Los romanos, herederos de esa tradición, establecieron en sus provincias de la cuenca mediterránea auténticas redes de regadíos. La teoría del sifón, (teoría de los vasos comunicantes), era ya conocida en España, ocho siglos antes de que se presentara en Francia su descubrimiento como una novedad.

Crearon acequias mayores, menores y brazales, con un ingenioso sistema de distribución del agua, que se subdividían sucesivamente en conducciones menores, con una estructura arborescente hasta llegar a cada uno de los predios, fincas, o alcanzar así grandes extensiones de regadío intensivo.

Para la utilización de las aguas fluviales a veces se hacía necesario recurrir al azud para la derivación hacia el canal, acequia o noria que se encargaba de conducir o elevar el agua.

Noria en Alcantarilla

Las norias, de origen oriental, ya eran utilizadas por los romanos en la Península, sobre todo en la Bética, para la extracción del agua de río o corriente. A partir del siglo X proliferan por toda la geografía de Al-Andalus las norias accionadas por energía hidráulica. Se destinaban para elevar el agua y para el manejo de los molinos, que eran diferentes para cada cereal, e incluso determinados eran móviles y transportables. Algunas norias llegaban a alcanzar más de 15 metros de diámetro, como el de Alcantarilla (Murcia).  Para la extracción de recursos hídricos de los pozos, se sustituyó la fuerza motriz del agua por la de las bestias de carga, la noria de tracción animal. La noria de menor tamaño, llamada ‘aceña’, se utilizaba en los predios menores.

En los campos de Castilla aún se pueden observar estos ingenios hoy en desuso. Para captar aguas subterráneas de los pozos, fuentes, manantiales, o ríos, también se utilizaron diversos medios: la polea, el torno de mano horizontal, el cigüeñal y las ruedas elevadoras.

Entre las técnicas agrícolas que exponen los agrónomos andalusíes, cabe indicar la destinada a conseguir que corra el agua en una tierra para posibilitar el riego. La técnica consiste en disponer el suelo con una inclinación de acuerdo con una proporción de desnivel determinada.

Otra de las técnicas de distribución del agua empleadas fue la conocida como de “las señas”, que todavía se practica en la Alpujarra, consistente en aprovechar el agua de los prados de inundación de alta montaña, conduciéndola a través de las fisuras de las laderas.

Introdujeron también la sistematización de la tierra para la infiltración a través de la creación de bancales, impulsando la capacidad productiva, y con ello también el incremento poblacional en sitios que hasta entonces estaban inhabitados.

Marjal en Torreblanca

Se propusieron, además, cultivar las tierras turbias o pantanosas próximos al mar y de algún otro lugar del interior, que un exceso de humedad hacía improductivas. Utilizaron las técnicas de drenaje y desecación que la ciencia moderna aconseja actualmente como mejores y menos costosas; el de zanjas cubiertas y el de cauces al aire libre o sin cubrir, anchas y hondas acequias que recogían el agua encharcada. De este modo crearon las marjales, zonas húmedas, generalmente cercanas al mar, de gran riqueza tanto en fauna como en flora que a menudo son estaciones de paso en la migración de las aves, muy frecuentes en Castellón. La clave para aumentar la superficie de regadío era el aprovechamiento óptimo de los recursos existentes, y en esta línea, en las zonas donde los recursos eran más escasos, las aguas de los baños eran reutilizadas después para el riego. 

Tal es el caso de los baños de Alhama de Murcia, que ya a mediados del siglo XIII servían para regar las tierras de la alquería, práctica que se ha mantenido hasta el siglo XX.

La clasificación de las aguas se basaba en un criterio de procedencia a partir del cual establecen cuatro grupos diferentes: lluvia, ríos, pozos y fuentes, cada una de ellas con sus propiedades y efectos sobre los cultivos. La agricultura andalusí se orientó hacia cultivos preferentemente alimentarios, aunque existieran otros de uso comercial, como los empleados en los tejidos, en la cría de gusanos de seda, por lo que no podemos olvidar las moreras, o en la fabricación del papel, las plantas textiles y las medicinales.  Sobre el riego de los frutales, también originaron una industria, la conservera, con la creación de almíbares, arropes o jarabes, mientas las plantas aromáticas creaban una industria de perfumes.

Alhama de Granada

A través de las acequias, el agua además regaría los grandes y pequeños jardines y se convertirían en un complemento imprescindible de las construcciones palaciegas. Se introducirá como un elemento decorativo polivalente que proporcionará luminosidad, refrescará y relajará el ambiente, y hará las veces de espejo al duplicar el efecto visual de la arquitectura.  En ellos se entremezclaban exóticas flores de ornamentación como el narciso, el alhelí, la rosa y el jazmín, con plantas aromáticas como, la albahaca y la melisa, y árboles frutales de toda clase, que en época de floración esparcían un intenso y dulce olor. En el siglo XI-XII se crearon los primeros jardines botánicos, a menudo tenían un fin puramente farmacológico y terapéutico, y se erigían junto a los propios hospitales.

En base a los logros de las nuevas técnicas agrícolas, pronto se implantó el cultivo de nuevas especies como la palmera datilera. Cuenta la leyenda que Abderramán descubrió en los jardines de la Arruzafa, en Almuñecar,  que una palmera le había acompañado Al-andalus, la cuidó y luego escribió este poema. Se cuenta, que esta fue la primera palmera de la peninsula.

 también eres ¡oh palma!, en este suelo extranjera…

El Generalife Granada

Otras especies como el olivo, ya existían en nuestro suelo, pero fomentaron y organizaron su cultivo a gran escala. Introdujeron las plantas tropicales en la región mediterránea. Pero además trajeron a la península Ibérica nuevos cultivos así como métodos para injertar plantas hasta entonces desconocidos.  La suavidad climática, propició que en estas tierras crecieran: granados, limoneros, naranjos, cerezos, albaricoques, melocotones, almendros, plátanos, así como verduras y hortalizas hoy consideradas tan nuestras como la berenjena, pepino, calabaza, espinaca, zanahoria, coliflor, espárrago, alcachofa o lechuga y que se dieran cultivos tales como el arroz, el algodón, el cáñamo, el lino, el azafrán o el anís, entre otros.

En general se produjo un sensible aumento de variedades de verduras, hortalizas, y árboles frutales, algunas de ellas ya eran conocidas por lo chinos, persas o indios, pero fueron los árabes los que consiguieron su difusión en Occidente.

La importancia social y económica del agua exigió, lógicamente, una normativa o regulación jurídica, la prevención o solución de conflictos relacionados con ese preciado y escaso bien, eran de suma importancia para los andalusíes, las cuestiones del riego, el reparto y distribución de las aguas formaba parte de lo que en el derecho andalusí se denominaba fur¨al-fiqh. Y se rige por el  principio de que el agua es un bien común e inseparable de la tierra. En torno a este sistema surgió desde el siglo X una serie de funcionarios encargados de velar por el reparto justo y ordenado: “el gobierno de la acequia”. Las acequias son conservadas por las comunidades de regantes, los cuales se someten a un tribunal de las aguas para resolver los litigios. Fue el antecedente del Tribunal de las Aguas valenciano, que todavía perdura en algunas regiones, especialmente en la levantina-murciana.

Este tipo de ingenios se han venido utilizando en España hasta hace pocas décadas. La prosperidad que alcanzó la comunidad musulmana provocó una mayor densidad de población y determinadas formas de asentamiento. De donde se derivan unas formas de utilización intensiva de la tierra, pero sumamente respetuosa del equilibrio del ecosistema. Frente a la clásica trilogía cristiana de trigo, carne y vino, los andalusíes crearon nuevos hábitos alimenticios, en los que las verduras no fueron solo la base, sino el elemento imprescindible, bien a solas, bien acompañando las carnes, las sopas, el pescado, con una enorme cantidad de variantes en sus recetas, considerada hoy en día como “la dieta mediterránea”. Lo que sucedió fue, en definitiva, lo que los especialistas han dado en llamar una auténtica «revolución verde». 

En 1609 se decretó la expulsión de toda la población morisca. La falta de brazos para trabajar, las tierras que habían quedado sin cultivar, acarreó el abandono inmediato de muchas parcelas agrarias. De hecho hay un refrán popular que dice: “¡Una huerta es un tesoro, si el que la labra es un moro!”. En muchas zonas, el uso del aceite de oliva, prácticamente desapareció de la cocina, siendo sustituido hasta hace bien poco, por la indigesta manteca de cerdo.

A finales del siglo XVIII, debido a la influencia francesa, se iniciaron algunos proyectos para que algunos ríos fueran navegables. Hasta la construcción del Canal de Isabel II, se conservaban los conocidos «viajes del agua», los qanats. Antes de que llegara la democracia, se llegó a embalsar hasta el 65 % de la capacidad existente en la actualidad. Para distribuir este bien escaso, sobre todo en el sur y este de España, se da la paradoja de que precisamente en estas zonas, con un importante déficit de agua crónico, es donde hay un mayor incremento de  instalaciones de campos de golf.