Los Baños de Neptuno

En el siglo XIX empezaron a construirse unas edificaciones que emergían por encima del mar, totalmente de madera y soportadas con unas vigas del mismo material, para que los visitantes pudieran disfrutar de las aguas salinas del mar Mediterráneo.

Mujer a la puerta de su casa

En la sociedad occidental «el darse un baño» solo tenía una función puramente de higiene, que se realizaba en la zona más íntima de la casa. Y cuanto más al sur, los conceptos sobre el pudor y el recato se acentuaban, unido al carácter religioso, sobre todo en torno a la mujer, que solía permanecer en el hogar a resguardo de miradas indiscretas. En  la mayor parte de los pueblos costeros, las mujeres al salir de sus casas llevaban cubierta la cabeza con un sombrero o pañuelo y en las clases altas no estaba bien visto que la piel estuviera bronceada por los rayos del sol, ya que eso era de personas que se dedicaban al campo, y se ponían polvos de arroz para blanquear su tez. El luto era un motivo frecuente, por el que estaba mal visto el disfrutar de placeres públicamente y dadas las circunstancias era difícil que en esos tiempos no se tuviera algún familiar a quien guardar ausencia, durante cinco años, es decir que la mayoría tenían un luto perpetuo. Aunque la afición de ir a darse un baño en el mar era todavía escasa, y solo unos pocos privilegiados podían disfrutar de unas vacaciones, además la mayoría no sabían nadar y a los lugareños, les parecía temerario y un tanto absurdo la idea de estar a pleno sol y murmuraban de las mujeres que iban con poca ropa y ni tan siquiera bajaban a la playa.

Poco a poco se fueron animando con la llegada de turistas, y por las tardes, la gente más joven bajaba a refrescarse. Sólo los más cosmopolitas, trasgredieron la frontera protectora de los balnearios, pues dentro de las casetas, existían unas escalerillas individuales que llegaban hasta el agua, y de este modo los bañistas, después de ponerse el traje adecuado, en el mismo recinto, bajaban y realizaban la inmersión reparadora con la mayor privacidad.

Durante la primera mitad del siglo XX, existió una clara vinculación del veraneo con la balnetoterapia, añadiendo las cualidades curativas y profilácticas de las aguas del mar, ricas en yodo, motivo y razón de la presencia de un público que acudía a recibir baños de salud, con baños de algas con fines terapéuticos, baños de tina, o simples baños de agua de mar caliente, o fría, e incluso baños de sol en el solario y de barros. Estos baños eran muy recomendados para enfermedades como la anemia, artrosis, atonía y reumatismos crónicos o, incluso enfermedades de la piel, como la dermatosis de cualquier tipología. Cada balneario ofrecía sus propios servicios; se podía reservar un habitáculo individual o familiar, donde los visitantes se podían cambiar de ropa y ponerse el bañador ajustado de la época. En algunos había también gimnasio y restaurante. Lógicamente, estos servicios se ofrecían con su baremo correspondiente y la entrada a estas instalaciones era previo el pago estipulado.

Algunos facultativos recomendaban, “los nueve baños” que era preciso tomar para garantizar un invierno de salud, y la tradición recomendaba que fueran tomados de «Virgen a Virgen», es decir, del 16 de julio al 15 de agosto. Teóricamente se suponía que estos debían efectuarse en jornadas consecutivas, pero con frecuencia, quienes disponían de menos tiempo o recursos para abonar la estancia, acudían varias veces al día hasta completar las nueve inmersiones, para seguir el ritual. Los médicos aconsejaban que, el baño de mar puede tomarse por gusto o por prescripción médica, por cuya razón no se debe abusar de él, permaneciendo mucho tiempo en el agua o excesivamente poco, pues de una u otra forma podría perjudicar a la persona que se baña.

Al mismo tiempo los balnearios podían cumplir la misión de pequeños embarcaderos y tanto en invierno como en verano facilitaban el contacto con el agua; tanto pescadores como paseantes los utilizaban como lugar donde situar las redes y cañas, o como balcón para asomarse al mar.

Los Baños del Real, en Cádiz

Se fue abriendo paso una conciencia más moderna fomentando el ejercicio físico, la práctica de los deportes al aire libre y el juego en espacios abiertos. La creación de los primeros clubes deportivos, con la expansión de los botes de remo y barcos de recreo, que antes habían sido uso exclusivo de la aristocracia o de un grupo muy reducido de la alta burguesía, se vió favorecida extraordinariamente por la mejora de la red de comunicaciones, trenes y carreteras. Un ejemplo de estos balnearios fue el de la playa de la Caleta en Cádiz, cuyo propietario se comprometió también a explotar un servicio de autobuses para el transporte de viajeros hasta los baños.  Fue inaugurado pasada la festividad del Carmen, en julio de 1868, ya que no estaba bien visto acudir antes a la playa. Se llamaron Los Baños del Real, por el precio de su entrada: un real de vellón.Estaba construido sobre estacas de madera y poseía dos partes diferenciadas para señoras y caballeros. Contaba en su interior con un salón de fiestas, baños calientes y duchas, así como de un restaurante donde se celebraron importantes banquetes y bailes. Para su puesta de largo, el lunch, contó con un servicio de 150 cubiertos, con langostinos al natural, emparedados de crema de anchoas, foiegrás, queso, crema de lomo y pasteles de ternera y salmón. También hubo pastas, dulces finos y mantecado de vainilla. Todo regado con Carta Blanca y Champagne Royal.

El mayor florecimiento de estas construcciones de madera se dio entre los años 1945 y 1960. Solían tener una concesión temporal de 50 a 100 años, reservándose la propiedad. El solicitante se comprometía a levantar el balneario a su costa y mantenerlo, y se veía obligado a solicitar permiso para realizar alguna reforma. Antes del verano, se solían repintar y vestir de nuevo, colocándoles nuevas esteras, que colgaban en los bordes y sustituir las cuerdas que formaban la barandilla de la pasarela. Los balnearios estaban restringidos a los residentes de las primeras líneas de playa, que por regla general eran quienes los habían construido y los mantenían. Tenían sus propios nombres: Diana, El Madrileño….

Los balnearios eran un prodigio de técnica y construcción. Constaban de dos partes esenciales: la entrada (a modo de puente sobre pilastras, que salvaba la primera zona de arena y algas de la playa) y la plataforma (que solía ser rectangular, con un salón central que recibía el sol por todos sus frentes y tragaluces).

Levantados sobre pilotes,  como palafitos, con pasarelas de acceso de 1 metro de ancho como media, y una plataforma en el extremo, sobre los que tradicionalmente se ubicaron casetas con un espacio amplio delante para sentarse. Esta zona quedaba en sombra al estar protegida por una estructura de vigas de madera, como una marquesina en forma de pérgola, que en verano se cubría con cañizo. El interior solía estar dividido en varias casetas, que en los pequeños solían ser dos o tres, cuyas puertas tenían el mismo tratamiento que las paredes. Siempre se pintaban con colores vivos, que frecuentemente alternaban con el blanco formando rayas. El conjunto estaba rodeado por una barandilla de protección de madera, que a veces tenía un pasamanos de cuerda, y escaleras en la plataforma para descender al agua, manteniéndose aún la costumbre de instalar otro punto de acceso al agua dentro de las casetas.  La longitud de algunas pasarelas variaba de 25 a 40 mts, hasta tener el suficiente calado para fondear barcos de recreo o de pesca y bañarse con comodidad. Había tres tipos de balnearios:

Casa Flotante  S.Pedro del Pinatar

Las casas flotantes, las más características: una caseta con el tejado a dos aguas, que ocupaba la mayor parte de la plataforma, siendo el elemento principal que lo define. Recuerda al de una casa en miniatura, con su puerta normalmente en el centro y ventanas con contraventanas o celosías a los lados, todo el conjunto rodeado por una barandilla con listones torneados.

La pagoda, de mayores proporciones que las anteriores, también simulando una casa, pero como las construcciones acuáticas orientales, con tejados a dos o cuatro aguas, y en el centro una linterna cuadrada o rectangular con celosías en el frente.

La cabina del barco, las casetas se hallan en la entrada de la plataforma, unas veces a un lado, y otras simétricas, con una puerta en el centro que corresponde a la pasarela. En el frente hay un espacio amplio, con una barandilla y una pérgola con tirantes de madera, que en verano se cubría con cañizo.

Balneario de las Arenas de Valencia

Algunos se desmontaban al terminar la temporada estival, como el balneario de las Arenas en Valencia, construido en los años 30. Su inauguración, se publicó en los periódicos como algo inusitado: “verbena, formidable y fantástica iluminación, bailes, pabellones, orquesta, restorán, banda, organillos, jazz band, decorados estilo japonés, puestos de churros y dulces, fiestas de pólvora, globos grotescos. Sorteo de una magnífica peina de carey y un chal de china”.  Un gran temporal lo deterioró gravemente y jamás se volvió a restaurar. Sus restos quedaron esparcidos durante años, de los cuales solo sobrevivieron sus pilares, “como si esperasen de nuevo la vuelta de una nueva temporada de verano”.

Finalmente fueron retirados para jamás quedar nada en el recuerdo del mar Mediterráneo.

Los balnearios hasta 1960 constituyeron un elemento característico de nuestras playas.Coincidiendo con la aparición del turismo, la explosión demográfica, la aparición del coche y el aumento del nivel de vida, algunas familias se lanzaron a la compra de una segunda vivienda en la playa. El crecimiento vertiginoso de las localidades de veraneo y una demanda muy elevada de áreas de recreo y espacios para la actividad al aire libre y los deportes acuáticos, generó una dinámica difícil de frenar acelerando la desaparición de una gran parte de los balnearios. Fue entonces, entre 1965 y 1975, cuando se construyeron las primeras torres de edificios. La política de la Junta de Costas, estaba especialmente interesada en el derribo. Algunos fueron abatidos directamente y otros se fueron deteriorando lentamente. Entre algunos motivos, este desmantelamiento vino dado por la saturación por la construcción de numerosas viviendas en las inmediaciones de la costa. A mediados de los ochenta, se fue creando una gran hostilidad contra ellos por parte de quienes tenían que conformarse con el baño en la arena, diferencia que ocasionaba tensiones y que no resultaba políticamente rentable …desaparecieron para siempre, se habían quedado totalmente obsoletas para su uso. Tenían que actualizar y modernizar sus instalaciones a fondo y, además, afeaba la panorámica ocupando una parte importante de la playa.

En algunos lugares del Mar Menor, se pueden ver al día de hoy,   diferentes pasarelas de uso exclusivamente privado y están pensando en recuperar algunos balnearios, porque han llegado a la conclusión de que estas edificaciones son excelentes para la biodiversidad y el hábitat marino. Se convierten en arrecifes artificiales bajo los cuales aparecen especies que se reproducen, buscando la sombra. Además, estos recintos tienen que ver con las tradiciones históricas, los balnearios los disfrutaban nuestros abuelos y bisabuelos y desde el punto de vista urbanístico descongestionan las playas, al proporcionar una mayor superficie flotante.

Las personas que hemos tenido la gran suerte de poder disfrutar en nuestra infancia de estas edificaciones de madera, como en el Balneario de Neptuno en la Vila, que nos adentraba en el mar, provocando que el sentido de la vista se deleitara con la panorámica que se observaba, con el murmullo de las olas y con su brisa, tomando el aperitivo fresquito, unos mejillones, una pinchaeta, y en ocasiones comer el arroz con sepia y entre medias tirarte al agua y darte un chapuzón. Las personas de más de cuarenta, también hemos visto el deterioro de algún balneario, que poco a poco se iba quedando en esqueleto, y aún con clavos y con astillas, intentabas que no muriera y que cobrara vida andando descalza sobre sus tablones sueltos.