Hay que cambiar el Método d’Hondt

A partir de una serie de acontecimientos que nos han llevado a todos a echarnos las manos a la cabeza, nos preguntamos si el Método d’Hondt para la ley electoral realmente es el más indicado para nuestro País. Este sistema electoral reparte los escaños de un modo no proporcional a los votos obtenidos. El político belga Victor D’Hondt,  fue un jurista y profesor de derecho civil y de derecho fiscal en la Universidad de Gante. Se inspiró en un sistema que se había creado más de un siglo antes, concretamente en 1792, el autor de esta regla fue Thomas Jefferson. Este sistema electoral establece que el reparto de escaños se realiza de forma proporcional dividiendo el número de votos emitidos para cada partido entre el número de cargos electos con los que cuenta cada circunscripción Para hacer el reparto de diputados, se aplica una fórmula matemática que consiste en ordenar de mayor a menor, en una columna, la cifra de votos obtenida por cada candidatura y dividirla por 1, 2, 3… hasta el número de escaños correspondientes a la circunscripción. Los escaños se atribuyen a las candidaturas que obtengan los cocientes mayores. Referente a este reparto se pueden apreciar ciertas ventajas y desventajas:

– Esta fórmula d´Hondt beneficia siempre a quien accede al último escaño en juego (a quien lo consigue con el menor coste porcentual de votos) y perjudica a la candidatura siguiente.

– Si en las circunscripciones grandes  la proporcionalidad es muy alta, ocurre lo contrario en las pequeñas.

– La ley D’Hondt no deja de ser un sistema imperfecto se le atribuye ser la causa de los problemas que sobre todo vienen derivados de la división de las circunscripciones electorales a través de las provincias y el porcentaje mínimo que deben conseguir los partidos para poder tener representación parlamentaria.

– El sistema se aplica de manera independiente en cada provincia, aunque el partido se presente a las elecciones en todo el territorio nacional. Esto beneficia a partidos locales, que pueden tener un escaño ganado en su provincia,   y perjudica a  los partidos pequeños que se presentan en toda España, que con muchos más votos, pero repartidos en toda España, pueden quedarse sin representación.

– El porcentaje mínimo para obtener representación es del 3%, lo que beneficia a los grandes partidos. El inconveniente principal es que suele favorecer de tal manera los partidos grandes que empuja al sistema hacia el bipartidismo y limita la presencia de minorías, que de esta forma quedan sin representación.

– El voto en blanco se suma al número total de votos válidos, a partir del cual se calcularán los porcentajes de representación. Así, un elevado voto en blanco significa elevar el número de votos necesarios para llegar al 3% del total, lo que dificulta que los partidos minoritarios lleguen a ese 3 %, y de nuevo favorece a los grandes partidos,  a pesar de significar el descontento de los votantes.

– Favorece la creación de mayorías que lleguen a ser gobiernos estables. De hecho, con este método, la mayoría absoluta se puede obtener con apenas un 35% de votos y sacándole unos pocos puntos porcentuales al segundo.

– Un parlamento con muchos partidos promueve la creación de gobiernos de coalición, lo cual es un factor de estabilidad y moderación. Sin embargo un gobierno de coalición hace más difíciles las grandes reformas.

– Se evita que partidos extremistas puedan llegar a ser claves en gobiernos de coalición.

Como consecuencia llegamos a la conclusión, de que un habitante un voto, con esta fórmula no se da y que nuestro voto cae en un pozo. Lo más probable es lo que todos nos sospechamos, que la ley no se cambia porque los que la tienen que aprobar son precisamente a los que les beneficia.

Clara Campoamor

Desde el origen de la democracia, siempre ha estado en tela de juicio quienes podían votar y quién no; si los esclavos, los extranjeros, los jóvenes, las mujeres. En España las mujeres acudieron por primera vez a las urnas, en el marco de la Segunda República, en las elecciones generales de 1933. Fue Clara Campoamor, Diputada por el Partido Radical, la que impulsó el voto femenino hasta conseguirlo: “Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes”. Artículo 36, Constitución de la II República Española, 1931. La ley hasta ese momento, permitía a las mujeres ser parlamentarias, pero no participar en las votaciones. España se convertiría en la primera nación latina que otorgaba iguales derechos electorales a hombres y mujeres.

A finales del siglo XIX la mayor aspiración para una mujer española era ser una ejemplar ama de casa, buena administradora del sueldo de su marido, o una católica fiel y decente. El llevar pantalón, hacer vida pública, entre otras cosas, era considerado “entretenimiento de señoritas desocupadas”, si no “frescas e inmorales”. Efectivamente, era mínimo el número de mujeres que tenían algún tipo de formación o se interesaban por cuestiones que fueran más allá de sus labores cotidianas, y las que así lo hacían eran generalmente de un estrato social medio-alto y alto. Más del 70 por ciento eran analfabetas.

Curiosamente la diputada socialista, Margarita Nelken,  fue contraria a otorgar el derecho de sufragio a la mujer y no fue la única, sino que hubo otros diputados socialistas y de la órbita republicana y de la izquierda que también se opusieron con fuerza. El diputado Hilario Ayuso, del Partido Republicano Federal, un grupo que después formaría parte, junto al PSOE, del Frente Popular, propuso una enmienda por la que los varones pudieran votar desde los 23 años, pero las mujeres desde los 45. Un momento clave de la historia de España en el que Partido Republicano Radical (PRR), de fuerte tendencia anticlerical, quiso ir un poco más allá en su oposición y propuso retrasar la votación, por el peligro que creía que suponían para la República su derecho al voto, ya que las mujeres eran más bien monárquicas y religiosas. A partir de este momento, las perlas que se escucharon en el Congreso por parte de algunos diputados de izquierda y de otros de tendencias socialistas resultarían impensables hoy en día. Desde que: “la mujer es histerismo y se deja llevar por la emoción y no por la reflexión crítica”, hasta que “el histerismo impide votar a la mujer hasta la menopausia”  o que pedía excluir de dicho derecho a las 33.000 monjas que existían en España. “Es necesario que las mujeres que sentimos el fervor democrático, liberal y republicano pidamos que se aplace el voto de la mujer”, aseguró Margarita Kent, consiguiendo los aplausos de sus compañeros de partido. Tanto la diputada socialista-radical como Nelken sostenían que la mujer española carecía en aquel momento de la suficiente preparación social y política como para votar responsablemente, debido a que estaban muy influenciadas por la Iglesia y su voto podía ir a parar a los partidos conservadores, eso era lo que les importaba, solamente los intereses de su partido, la mayor enemiga de la mujer, es otra mujer. Clara Campoamor, respondía: ¿De qué se acusa a la mujer? ¿De ignorancia? Si se trata de analfabetismo, las estadísticas afirman que, el número de analfabetos ha disminuido en las mujeres y en menos proporción en los hombres. Como dijo Wenceslao Fernández Flórez: “para orgullo de la superioridad masculina estamos seguros de que ellas nunca podrán superar nuestros absurdos”.

Platón

Según Platón en la democracia ateniense, cualquier ciudadano era competente para desempeñar funciones públicas sin necesidad de preparación previa y sin tener en cuenta ni sus conocimientos ni su virtud. El Estado está en manos de la masa ignorante y manipulada. Son demagogos ambiciosos de honores, formados y educados para alcanzar el poder mediante el halago y el engaño, por medio del arte de la palabra. Platón defiende que la toma de decisiones no debe reservarse a la mayoría, sino a los más competentes en el conocimiento de la justicia y del bien, y éstos son los verdaderos filósofos. El filósofo gobernante será capaz de gobernar a la luz de las Ideas eternas de Justicia, de Bien y de Belleza, cuya visión ha alcanzado mediante la filosofía, tomándolas como modelo. Por tanto Platón proponía “el gobierno de los mejores”. Decía que inevitablemente más tarde o más temprano este tipo de democracia terminaría cayendo en una tiranía, a menos que se cambien esencialmente las estructuras económicas de la sociedad basadas en el aumento de la riqueza individual y se cambie el rumbo patético al que nos conduce la inercia política. Y parece que no han pasado los años desde entonces.

La democracia no admite preguntas lógicas, ni tiene respuestas para preguntas inteligentes. Tal como está hoy concebida en España, la mejor definición de la democracia es «el dominio de los corruptos, los mediocres y los idiotas sobre la gente inteligente y decente». Y así, esta falsa democracia solo puede producir lo que produce: fracaso, retroceso, injusticia, desigualdad, pobreza y mucho dolor y tristeza.

Si partimos de la base de que hay más idiotas que listos, da lo mismo la democracia que la meritocracia. En la tontocracia lo lógico es que gobernara un tonto,  vemos a diario quienes son nuestros representantes, quienes están al frente de esos aparatos de corrupción que son los partidos y vemos como se las apañan para que los mediocres estén en la cima y por tanto, la mediocridad ocupe la vida pública. El resultado no puede ser más nefasto, la mayor tasa de paro, la mayor quiebra del sistema financiero, el mayor nivel de corrupción, los peores formados… Pero ahí siguen porque les votamos. En cualquier ámbito de la vida donde se gana y se llega lejos no actúa la democracia, actúa la meritocracia. Incluso en la propia democracia lo que se está poniendo de ejemplo es que el voto de un idiota y el voto de un científico valgan lo mismo.  Una democracia fuerte no admite que la corrupción la tenga que pagar el pueblo, mientras que los corruptos andan por la calle de rositas. Una democracia fuerte no admite partidos que una y otra vez han fracasado porque los ciudadanos que son los que votan no superan un coeficiente intelectual que les permita votar con una mínima base política adquirida tras una formación y una educación dirigidas a mantener a todo un pueblo en la minoría de edad. Una democracia, así desde luego, no es una democracia, es una tontocracia y ante eso ¿Quien no prefiere la meritocracia?

Ya que se nos brinda la oportunidad de pensar cómo podemos cambiar la ley electoral de la mejor manera, y ya que estamos en ello, habrá que considerar la validez de los votos escrutados, y si fuera posible dando una puntuación a cada uno de ellos en función de sus conocimientos, sobre todo a nivel lógico y humano. No sólo nos podemos detener en si un voto vale más en el campo que en la ciudad. El concepto que se tiene sobre las personas que viven en un pueblo, es bastante estereotipado. Tampoco en la edad, si una persona es mayor, o si es joven, que pueden llevarnos a la confusión. Hace poco no pude dejar de escuchar una conversación entre dos jóvenes: «Es la primera vez que voy a votar, y todavía tengo dudas de a quién, creo que votaré a fulanito, porque es más ¡guapo!».

Existen tontos en todas partes, y generalmente las personas se mueven por intereses, clientelismos, odios heredados, envidias, caciquismos. Hay que aprender a pensar, todavía estamos a tiempo de poder cambiar algo, aunque solo sea la ley de d’Hondt.