El Ajedrecista, el primer videojuego de Torres Quevedo

Leonardo Torres quevedo

El primer videojuego, el primer computador, el primer robot autómata, el primer mando a distancia. Leonardo Torres Quevedo fue  el pionero de todos estos inventos. Nació en Santa Cruz de Iguña Cantabria, 1852, y murió en Madrid, 1936. Fue Ingeniero de Caminos, e inventor español de finales del XIX y principios del XX. El primer mando a distancia, lo presentó en la Academia de Ciencias de París, acompañado de una memoria y haciendo una demostración experimental. En ese mismo año obtuvo la patente en Francia, España, Gran Bretaña y Estados Unidos. En principio lo construyó para su automóvilEl telekino era un autómata que ejecutaba órdenes transmitidas mediante ondas hertzianas (radiocontrol). Constituyó el primer aparato de radiodirección del mundo. En presencia de Alfonso XIII y ante una gran multitud, demostró con éxito el invento en el puerto de Bilbao al guiar un bote desde la orilla; más tarde lo intentaría aplicar a proyectiles y torpedos.

El Ajedrecista

En el terreno práctico, construyó toda una serie de máquinas analógicas de cálculo, todas ellas de tipo mecánico. Una de ellas es El Ajedrecista, considerado el primer videojuego de la historia. En estas máquinas existen ciertos elementos, denominados  aritmóforos, que están constituidos por un móvil y un índice que permite leer la cantidad representada para cada posición del mismo. El móvil, es un disco o un tambor graduado que gira en torno a su eje. Los desplazamientos angulares son proporcionales a los logaritmos de las magnitudes a representar. Utilizando una diversidad de elementos de este tipo, pone a punto una máquina para resolver ecuaciones algebraicas: resolución de una ecuación de ocho términos, obteniendo sus raíces, incluso las complejas, con una precisión de milésimas.

Telekino

El aritmómetro electromecánico, el primer computador. En estos Ensayos sobre automática, Torres desarrolla la teoría de lo que posteriormente será su aritmómetro: una máquina electromecánica capaz de realizar cálculos de forma autónoma con un dispositivo de entrada de comandos (parecida a una máquina de escribir), una unidad de procesamiento y registros de valores (un sistema de listones, poleas, agujas, escobillas, electroimanes y conmutadores), y un dispositivo de salida (de nuevo una máquina de escribir). Es en definitiva lo que le debería consagrar internacionalmente como el inventor del primer ordenador en el sentido actual de la historia.

Con el desarrollo del Telekino, Torres Quevedo llegó a la conclusión de que con él no sólo había fabricado el primer control remoto de la historia, sino que esta máquina, era en sí un autómata, es decir, una máquina que podía funcionar de forma autónoma ejecutando acciones respondiendo a órdenes en función de ciertas circunstancias de su entorno.

Dirigible

También se le atribuye la construcción del primer dirigible «el España«. A raíz de este hecho empieza a colaborar con la empresa francesa Astra, que llegó a comprarle la patente con una cesión de derechos extendida a todos los países, con excepción de España, para posibilitar la construcción del dirigible en el país. Así, se inicia la fabricación de los dirigibles conocidos como Astra-Torres. Algunos ejemplares fueron adquiridos también por los ingleses y utilizados durante la I Guerra Mundial. La experimentación en el área de transbordadores, funiculares o teleféricos, comenzó muy pronto durante su residencia en su pueblo natal, Molledo. Allí, construyó  el primer transbordador, al que llamó «transbordador de Portolín».  Tuvo que utilizar para salvar un desnivel, una pareja de vacas (como tracción animal)  y una silla a modo de barquilla. Posteriormente construyó el denominado transbordador del río León, de mayor envergadura, ya con motor, pero utilizado exclusivamente para transporte de materiales, no de personas.

Transbordador del Niágara

Más adelante, construyó el primer transbordador apto para el transporte público de personas, en el Monte Ulía en San Sebastián. El problema de la seguridad lo había solucionado mediante un ingenioso sistema múltiple de cables-soporte, liberando los anclajes de un extremo que sustituye por contrapesos. El diseño resultante era de gran robustez y resistía perfectamente la ruptura de uno de los cables de soporte. La ejecución del proyecto corrió a cargo de la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería de Bilbao, que construyó con éxito otros transbordadores en: Chamonix, Río de Janeiro, etcétera. Pero sin duda es el Spanish Aerocar en las cataratas del Niágara, en Canadá, el que le ha dado mayor fama. Una placa de bronce, situada sobre un monolito a la entrada de la estación de acceso, recuerda este hecho: «Transbordador aéreo español del Niágara. Leonardo Torres Quevedo». El transbordador, salvo pequeñas modificaciones, sigue en activo al día de hoy, con ningún accidente digno de mención, constituyendo un atractivo turístico y cinematográfico de gran popularidad. 

Se le atribuyen otras muchas patentes sobre las  máquinas de escribir,  paginación marginal de los manuales, las del puntero proyectable, hoy conocido como puntero láser y el proyector didáctico que mejoraba la forma en la que las diapositivas se colocaban sobre las placas de vidrio para proyectarlas.

Torres Quevedo se adelanta varias décadas a los teóricos de las Ciencias de la Computación no solo con con sus inventos, sino con su planteamiento filosófico acerca de la robótica: ¿pueden las máquinas desempeñar tareas propias de los humanos?  En su obra, sienta las bases de lo que más adelante se llamaría inteligencia artificial y describe cómo las máquinas pueden ser construidas para desempeñar más tareas, que únicamente aquellas para las que no es necesario “pensar”. La afirmación de Descartes de que un autómata jamás sería capaz de mantener un diálogo razonable, es ya discutida por Torres Quevedo al afirmar que: «No hay entre los dos casos la diferencia que veía Descartes. Pienso sin duda que el autómata, para responder razonablemente, tendría necesidad de hacer él mismo un razonamiento, mientras que en este caso, como en todos los otros, sería su constructor quien pensara por él de antemano. Creo haber mostrado, con todo lo que precede, que se puede concebir fácilmente para un autómata la posibilidad teórica de determinar su acción en un momento dado, sopesando todas las circunstancias que debe tomar en consideración para realizar el trabajo que se le ha encomendado».