Carnelevarium, carnestolendas y Carnaval

Decía el pregón de 1636:

«De todas las fiestas populares los carnavales son los que nos son más conocidos por la regulación que precisaban por el que ninguna persona osada de hacer ni vender huevos que llaman de
azahar para tirar, ninguna persona sea osada los tres días de Carnestolendas de tirarlos. Ni pellas de nieve ni de otra cosa, ni echar mazas de estopa ni de otra cosa, ni tirar salvado ni harina, ni jeringazos de agua ni otra cosa, ni naranjas, ni traer ni dar vejigazos”, (“vejigas” eran burlas o engaños).

Las Carnestolendas representaban la inversión de valores…pero controlada. La licencia por unas fechas, y bajo control relajado de los alguaciles, para la transgresión como válvula de escape de las clases populares.

El origen de la celebración del Carnaval podría estar en las fiestas paganas, como las que se realizaban en honor a Baco, el dios del vino, las saturnales y las lupercales romanas, o las que se realizaban en honor del buey Apis en Egipto. Según algunos historiadores, los orígenes de las fiestas de Carnaval se remontan a las antiguas Sumeria y Egipto, hace más de 5.000 años, con celebraciones similares en la época del Imperio Romano, desde donde se difundió la costumbre por Europa, siendo exportado a América por los navegantes españoles y portugueses que la colonizaron a partir del siglo XV. Se supone que el término carnaval proviene del latín medieval «carnelevarium», que significaba «quitar la carne» y que se refería a la prohibición religiosa de consumo de carne durante la cuaresma. Esto es lo que hace renacer el carnaval en la Edad media, tan inflexible en los ayunos, abstinencias y con repercusiones a quienes no respetaban estas normas religiosas. En esta época, se celebraba con juegos, banquetes, bailes y diversiones en general, con mucha comida y mucha bebida, con el objeto de enfrentarse a la abstinencia con el cuerpo bien fortalecido y preparado. En la España de la época de la Conquista y la Colonia, ya era costumbre durante el reinado de los Reyes Católicos, disfrazarse en determinados días con el fin de gastar bromas en los lugares públicos. Más tarde, Carlos I dictó una ley prohibiendo las máscaras y enmascarados. Del mismo modo, Felipe II también llevó a cabo una prohibición sobre máscaras. Fue Felipe IV quien restauró el esplendor de las máscaras. Las fiestas populares marcaban el paso de las estaciones: las romerías de febrero a mayo llegaban con la primavera, el verano con San Juan y San Pedro y el invierno acababa con el Carnaval. En casi todos los modelos de fiesta carnavalesca española tienen especial tradición el Jueves Lardero, jueves en el que comienza el carnaval  y el Miércoles de Ceniza, celebrado 40 días antes de la Pascua de Resurrección.

El Pelele de Goya

Durante el siglo XVI  ya se celebraban carnavales en Madrid. Hecho de ser costumbre las bromas pesadas y otras formas de “violencia ritual”. Se hizo costumbre el pregón del carnaval, que prohibía una serie de actividades que solían ser habituales. La prueba es que si bien es cierto que las autoridades tenían órdenes directas de “dejar hacer” en épocas de especial inestabilidad social se tomaban medidas especiales de orden público. En cualquier caso los carnavales son las fiestas de la violencia ritual: se tiran huevos, se mantea, se representan burlas… aunque inevitablemente a veces la violencia ritual se desborda. En un Madrid repleto de analfabetos las representaciones teatrales, en teatros o en las calles, por profesionales o vecinos, eran una importante forma de comunicación. Eran frecuentes aquellas que invertían las imágenes del mundo oficial, que por unas jornadas representaban el mundo al revés, como el hecho de mantear al pelele vestido de “petimetre”, o las gentes disfrazadas de religiosos, que recibían las más variadas burlas. Este tipo de burlas no duraban sólo los pocos días que dura el carnaval, sino que se alargaban mucho más: tres semanas antes del carnaval se celebraban por los hombres casados el “jueves de compadres”; al que seguía la fiesta de las casadas, el “jueves de comadres”; e incluso a mitad de la cuaresma se celebraba la pantomima conocida como “Partir la vieja” (así se representaba a Doña Cuaresma). Igual que en la actualidad son los comerciantes y vecinos quienes organizan las fiestas populares más auténticas, ya en el XVII eran los artesanos quienes representaban sus propias comedias y bailes con los vecinos y aprovechaban la tradición de organizarse en romerías, y aunque los bailes de máscaras llegaron más tarde, hay constancia de que ya antes era habitual el hecho de disfrazarse.

Había en Madrid otra ciudad, la de la corte, con su propio carnaval cortesano, donde también habitaban el desorden y la burla. Eran los tiempos de los Austrias menores, que gustaban de acudir a los corrales de comedias públicos y a romerías. Sin embargo no debemos confundir este gusto por las fiestas populares con el hecho de mezclarse con el populacho. Los cortesanos no eran actores de las fiestas populares sino espectadores. Se sabe que se pudo ver al Conde Duque de Olivares vestido de portero y al almirante de Castilla vestido de mujer, mientras que los escribanos abrían la marcha con un letrero en el que se leía “Los gatos de la villa”, y los carros de basura marchaban en caravanal. Con los Borbones llegaron los bailes de máscaras de gusto europeo y las fiestas de carnaval se separan en dos definitivamente: una para la corte y otra para las clases populares. Era moda en las clases altas el rechazo por las formas ruidosas de la plebe y el acercamiento afrancesado al aislamiento de los salones literarios. Claro que peores serían los designios del carnaval con Carlos III, ya que “el mejor alcalde de Madrid” directamente los prohibió y no fueron restablecidos hasta el corto periodo de Bonaparte, que organizó unos carnavales municipales en el teatro de los Caños del Peral en 1811, lo que hoy es el Teatro Real.

Una de las actividades con más larga tradición en la historia carnavalesca reciente de Madrid son los Bailes de Máscaras del Círculo de Bellas Artes. Durante todo el siglo XIX los carnavales siguieron congregando a los madrileños al desenfreno. Pio Baroja cuenta: “No era fácil hablar con aquella gente, porque el hombre de las afueras es desconfiado y suspicaz”. Aún hoy en muchos puntos de Castilla se conservan ecos de aquellos manteos en distintas fiestas populares.

Carroza ganadora del primer premio: «La boda del Rajah»

Desde principios del siglo XX se celebraban romerías más organizadas, que adquirieron el nombre de desfiles y que ya tenían un aspecto muy parecido al actual. En Madrid se celebraba con concursos de carrozas en el Paseo de la Castellana. Los desfiles llegaron a ser suntuosos. Posteriormente a la Guerra Civil, Franco, por el carácter desenfrenado de las fiestas y con el objeto de evitar las revanchas de civilistas enmascarados, se volvieron a prohibir, por lo que la tradición en desfiles desapareció. Llegadas estas fechas tan solo se recuerda que en los puestos de pipas se vendieran a los niños caretas de cartón.  También el típico potaje de cuaresma, y el bacalao con patatas. Esto acabó con el carnaval en Madrid, pero no acabó con el carnaval en España, que con el nombre de “Fiestas de Invierno” se continuaron celebrando en Santa Cruz de Tenerife, como “Fiestas tradicionales” en Ciudad Rodrigo y “Fiestas Típicas Gaditanas” en Cádiz, y  en algunas otras localidades españolas.

Desastre de San Severiano

En Cádiz permaneció latente en el sentir del pueblo. Y en las tiendas de vinos y en los colmados gaditanos de la posguerra no faltaban en el mes de febrero grupos de nostálgicos que se reunían para rememorar y cantar viejas coplas carnavalescas. En 1947 se produjo una tragedia que sin embargo produjo la revitalización del Carnaval: Un almacén de explosivos de la Armada, el Depósito de San Severiano, explotó produciendo más de 150 muertos, unos 2.000 heridos y afectando a más de 2.000 viviendas de la ciudad, lo que produjo una tristeza generalizada en una ciudad que normalmente se caracteriza por su alegría. Como dice el refrán “no hay mal que por bien no venga”, este hecho hizo que el gobernador civil Rodríguez de Valcárcel tomase la decisión para levantar el ánimo de los gaditanos y autorizó a que cantara el Coro “La Piñata Gaditana”. A partir de ese momento los Coros y Chirigotas salen a la calle con la autorización del Gobernador, fuertemente censurados por la Delegación de Educación Popular y el control callejero del Alcalde. Se insiste en que no puede aparecer por ninguna parte la palabra “Carnaval”. Con este acto se permitió la resurrección de las fiestas bajo la denominación de “Fiestas Típicas Gaditanas” y celebrándose fuera del período usual hasta 1976.

El Carnaval de Tenerife tuvo su origen en las primeras décadas del siglo XX haciéndolo atractivo para la llegada de turistas que había comenzado a llegar a finales del XIX. La prosperidad de los años veinte favorece esta celebración hasta el punto de que se crea, en 1925, el primer programa de las fiestas de Carnaval realizado por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. A partir de esa fecha, la Corporación municipal llevará las riendas oficiales de una fiesta que ya latía con el ritmo de la celebración popular. Esta década también marca el desarrollo de agrupaciones que van más allá de la máscara tradicional, como son las rondallas, comparsas, estudiantinas y murgas. También entonces comienza a avanzarse en el diseño de los disfraces, de manera que se evoluciona desde la máscara sencilla a disfraces de mayor calidad, que contribuyen a la aparición de los primeros concursos. La Guerra Civil española y el posterior periodo de dictadura trunca estas celebraciones populares, que ya estaban profundamente arraigadas en la sociedad santacrucera. Precisamente este arraigo motiva que, a pesar de esta etapa de represión, los tinerfeños iniciaran fiestas clandestinas en la intimidad de las casas. La fuerza popular de esta fiesta y la modificación de la realidad política y económica del país hizo que en 1961 se aceptara oficialmente la celebración del Carnaval bajo la denominación eufemística de “Fiestas de Invierno” y que en 1967 fuera declarado Fiesta de Interés Turístico Nacional. Con la llegada de la democracia, el Carnaval recupera su nombre e inicia su desarrollo como fiesta popular por excelencia de Santa Cruz de Tenerife hasta llegar a ser declarado, en 1980, Fiesta de Interés Turístico Internacional por la Secretaría de Estado para el Turismo.