Del Árbol de Mayo a la Cruz de Mayo

La Cruz de Mayo o Fiesta de las Cruces se festeja el 3 de mayo. Sus orígenes podrían remontarse a la costumbre que antiguamente han tenido muchos pueblos al culto al árbol como; los celtas, germanos, griegos, romanos, eslavos… Por ejemplo, se reflejan en las fiestas paganas romanas en honor a Flora, diosa que representaba el eterno renacer de la vegetación en la primavera.

En el Arbor Intrat se realizaba una solemne procesión de un pino recién cortado (árbol en el que, según la leyenda, se había convertido Attis a su muerte, un semidiós griego), al que se le engalanaba con guirnaldas de violetas y bandas de lana, y era llevado al templo de Cibeles. El pino decorado se guardaría en el sótano del templo, y pasado un año se destruiría. Esta ceremonia se supone que pudiera estar conectada con antiguos rituales para propiciar la lluvia.

 

Celebración del May Day

La Cruz de Mayo contiene un origen pre-cristiano, en el Árbol de Mayo o Palo de Mayo. En Europa, cuando llegaba la primavera, y empezaban a brotar los árboles, se celebraba el May Day. En ese día bailando alrededor de un árbol adornado con cintas de colores, los hombres creían que los árboles les transmitirían los misterios que esconde la naturaleza. Lo llamaban así porque se cortaba en el mes de mayo, y porque su estructura, la de un tronco largo, sin ramas ni hojas, era la de un palo. Adecuado para danzar a su alrededor, adornado con guirnaldas, frutos y cintas de colores, representando lo femenino, y el tronco haciendo una clara alusión a la masculinidad. En Rumanía los gitanos celebraban una festividad similar en el día de San Jorge,  que la llamaban “el Verde Jorge. Se dice que, cuando se escuchan las primeras ranas cantando, San Jorge coge las llaves de Samedru para abrir el camino de la naturaleza hacia la vida, siendo considerado la cabeza de la primavera, el que cambia el ámbito en color verde, sembrador de todos los cultivos. La gente preparaba surcos verdes, cortados en cuadrados, en los que colocaban palitos de sauce y flores amarillas de primavera. El hombre mayor de la familia ponía las ramas decoradas al lado de los pilares de las puertas de las casas, de las ventanas, de las puertas de los establos, en los jardines y sobre las tumbas de los cementerios. De esta manera, protegían a las personas, al ganado y a los cultivos de las fuerzas malvadas. Los surcos y las ramas verdes se guardaban durante todo el año y se usaban como medicamentos. A mitad de los caminos, las muchachas casaderas adornaban con coronas los surcos verdes, y escondidas observaban si algún muchacho los pisaba;  esto significaría que ese mismo año se iban a casar.

En la Francia medieval los campesinos ponían árboles decorados frente a las iglesias y en las casas señoriales. Los eslavos también tenían la costumbre de decorar los árboles.

La Iglesia católica, ha situado la fiesta de las cruces con el hallazgo de la verdadera Cruz donde murió Jesucristo, por parte de Santa Elena, madre del emperador Constantino, en su peregrinación a Jerusalén. Constantino, en el sexto año de su reinado, se enfrenta contra los bárbaros a orillas del Danubio. Él considera imposible la victoria a causa de la magnitud del ejército enemigo. Esa misma noche había tenido una revelación al ver una enorme cruz que brillaba en el cielo, con las palabras: “In hoc signo vinces”. («Con esta señal vencerás»). El emperador mandó construir una Cruz y la puso al frente de su ejército, venciendo sin dificultad. De vuelta a la ciudad, quiso averiguar el significado de la Cruz, y conociéndolo se hizo bautizar en la religión cristiana, reemplazó las águilas de los estandartes romanos, acuñó las nuevas monedas con el símbolo sacro y mandó edificar iglesias. Por este motivo envió a su madre, santa Elena, a Jerusalén en busca de la verdadera Cruz de Cristo. Una vez en la ciudad sagrada, Elena mandó llamar a los más sabios sacerdotes y no descansó hasta hallar la cruz. Se encontró con muchísimas dificultades, pero movida por su fe, y guiada por los consejos de sabios ancianos, llegó al mismo lugar del suplicio donde descubrió enterradas tres cruces: una de Jesucristo y las dos restantes de los ladrones crucificados con él. Demolió el templo erigido a Venus en el monte Calvario e hizo cavar hasta que le dieron noticias. Cuando las encontraron, como no se podía saber a ciencia cierta cuál correspondía a Cristo y cuáles a los ladrones, se le ocurrió la idea de aplicar a las tres cruces a una mujer que agonizaba. Mientras que dos no tuvieron efecto alguno, al tocar la tercera, la mujer sanó milagrosamente.

Como se notaba que aún así la gente dudaba, las colocaron una a una sobre un joven que acababa de morir, y aquí también, fue la cruz signada por el milagro la que le hizo resucitar. Prosternados los fieles presentes, aclamaron que aquélla era la cruz en la que el Salvador había muerto. Ese día fue el tres de mayo en el 326. Constantino conmovido por el descubrimiento de su madre, hizo edificar una Basílica sobre el Gólgota con el nombre de Anastasia. Su madre mandó construir un templo en el monte de los Olivos.

Santa Elena murió rogando a todos los creyentes en Cristo, que celebraran la conmemoración del día en que fue encontrada la vera cruz, la cruz verdadera, porque en tal fecha fue hallada después de permanecer largo tiempo extraviada. De esta forma quedó instituido el Día de la Santa Cruz.

La cucaña, de Goya

Todavía se pueden contemplar en algunos pueblos españoles, en el centro de las plazas,  los mayos (postes decorados que se colocan verticalmente, a veces utilizados para hacer una cucaña en las fiestas. Este juego se originó como pasatiempo en Nápoles durante el siglo XVI cuando formaba parte del Reino de España. En las plazas se configuraba una montaña artificial simulando el Vesubio. De su cráter emergían suculentos manjares, tratando los asistentes coronar la cima de la montaña artificial,  con el fin de apoderarse de ellos. Pasado el tiempo la montaña se sustituyó por un palo hasta llegar a lo más alto con el fin de coger los alimentos allí colgados. De ahí su nombre, cucaña, procedente del “país de Cucaña”, donde nunca había penurias, que posteriormente también se le llamaría “Jauja”.

Las primeras celebraciones populares de la Cruz de Mayo son del siglo XVII. Lope de Vega lo escribe en su obra: La mejor enamorada, la Magdalena.

 

En algunos lugares (sobre todo católicos) la costumbre del árbol pasó a ser el Mayo Florido o la Pascua Florida. Al tratarse de una fiesta relacionada con la pasión de Cristo, su Cruz, en rito romano es de color rojo. Esta fiesta, en su vertiente popular, está muy extendida en toda España, (también en Hispanoamérica) y más arraigada en Castilla. Aunque con variaciones muy significativas de unos lugares a otros, a pesar de ello, la celebración presenta una serie de elementos comunes. El centro de la fiesta por supuesto, es una cruz, de tamaño natural o reducido, que se adorna, en la calle o en el interior de las casas, con flores, plantas, objetos diversos (pañuelos, colchas, cuadros, candelabros, etc.) y adornos elaborados. A su alrededor se practican bailes típicos, como los verdiales, se realizan juegos y se entonan coplas alusivas y no falta bebida y comida. A veces hay procesiones, de carácter religioso o pagano. Es un saludo a la primavera, la celebración del comienzo de un nuevo ciclo de la vegetación, en agradecimiento a la naturaleza por sus futuras cosechas. Y, como consecuencia de ello, la exaltación del amor y de los sentimientos humanos más espontáneos.

Aunque en algunos momentos, esta costumbre fue prohibida a lo largo del siglo XVII, debido a la Reforma protestante, en parte la prohibición facilitó esa incorporación de elementos paganos y cristianos de unas a otras, heredadas por el pueblo, siempre amante de sus tradiciones y costumbres y nunca dispuesto a perderlas. El fondo, lo popular, habría quedado intacto y sólo habría cambiado su apariencia externa. Del árbol de mayo, a la cruz de mayo.